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lunes, 21 de marzo de 2011

Egloga I - Garcilaso de la Vega

(1501-1536)


           Egloga I


  El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,                   5
(de pacer olvidadas) escuchando.
Tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
agora estés atento sólo y dado                     10
el ínclito gobierno del estado
Albano; agora vuelto a la otra parte,
resplandeciente, armado,
representando en tierra el fiero Marte;
                                                 
  agora de cuidados enojosos                       15
y de negocios libre, por ventura
andes a caza, el monte fatigando
en ardiente jinete, que apresura
el curso tras los ciervos temerosos,
que en vano su morir van dilatando;                20
espera, que en tornando
a ser restituido
al ocio ya perdido,
luego verás ejercitar mi pluma
por la infinita innumerable suma                   25
de tus virtudes y famosas obras,
antes que me consuma,
faltando a ti, que a todo el mondo sobras.

  En tanto que este tiempo que adivino
viene a sacarme de la deuda un día,                30
que se debe a tu fama y a tu gloria
(que es deuda general, no sólo mía,
mas de cualquier ingenio peregrino
que celebra lo digno de memoria),
el árbol de victoria,                              35
que ciñe estrechamente
tu gloriosa frente,
dé lugar a la hiedra que se planta
debajo de tu sombra, y se levanta
poco a poco, arrimada a tus loores;                40
y en cuanto esto se canta,
escucha tú el cantar de mis pastores.
 
  Saliendo de las ondas encendido,
rayaba de los montes al altura
el sol, cuando Salicio, recostado                  45
al pie de un alta haya en la verdura,
por donde un agua clara con sonido
atravesaba el fresco y verde prado,
él, con canto acordado
al rumor que sonaba,                               50
del agua que pasaba,
se quejaba tan dulce y blandamente
como si no estuviera de allí ausente
la que de su dolor culpa tenía;
y así, como presente,                              55
razonando con ella, le decía:

Salicio:

  ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;                60
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,                                 65
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              70

  El sol tiende los rayos de su lumbre
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre              75
paciendo va segura y libremente,
cuál con el sol presente
va de nuevo al oficio,
y al usado ejercicio
do su natura o menester le inclina,                80
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mondo va cubriendo,
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  ¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada,              85
sin mostrar un pequeño sentimiento
de que por ti Salicio triste muera,
dejas llevar (¡desconocida!) al viento
el amor y la fe que ser guardada
eternamente sólo a mí debiera?                     90
¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,
(pues ves desde tu altura
esta falsa perjura
causar la muerte de un estrecho amigo)
no recibe del cielo algún castigo?                 95
Si en pago del amor yo estoy muriendo,
¿qué hará el enemigo?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento                100
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
¡Ay, cuánto me engañaba!                           105
¡Ay, cuán diferente era
y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja, repitiendo                   110
la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,
(reputándolo yo por desvarío)
vi mi mal entre sueños, desdichado!                115
Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba, por pasar allí la sienta,
a beber en el Tajo mi ganado;
y después de llegado,
sin saber de cuál arte,                            120
por desusada parte
y por nuevo camino el agua se iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
del agua fugitiva.                                 125
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?                  130
¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos anudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra,                            135
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              140

  ¿Qué no se esperará de aquí adelante,
por difícil que sea y por incierto?
O ¿qué discordia no será juntada?,
y juntamente ¿qué tendrá por cierto,
o qué de hoy más no temerá el amante,              145
siendo a todo materia por ti dada?
Cuando tú enajenada
de mi cuidado fuiste,
notable causa diste,
y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,          150
que el más seguro tema con recelo
perder lo que estuviere poseyendo.
Salid fuera sin duelo,
salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Materia diste al mundo de esperanza              155
de alcanzar lo imposible y no pensado,
y de hacer juntar lo diferente,
dando a quien diste el corazón malvado,
quitándolo de mí con tal mudanza
que siempre sonará de gente en gente.              160
La cordera paciente
con el lobo hambriento
hará su ayuntamiento,
y con las simples aves sin ruido
harán las bravas sierpes ya su nido;               165
que mayor diferencia comprendo
de ti al que has escogido.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Siempre de nueva leche en el verano
y en el invierno abundo; en mi majada              170
la manteca y el queso está sobrado;
de mi cantar, pues, yo te vi agradada
tanto que no pudiera el mantuano
Títiro ser de ti más alabado.
No soy, pues, bien mirado,                         175
tan disforme ni feo;
que aún agora me veo
en esta agua que corre clara y pura,
y cierto no trocara mi figura
con ese que de mí se está riendo;                  180
¡trocara mi ventura!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  ¿Cómo te vine en tanto menosprecio?
¿Cómo te fui tan presto aborrecible?
¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?              185
Si no tuvieras condición terrible,
siempre fuera tenido de ti en precio,
y no viera de ti este apartamiento.
¿No sabes que sin cuento
buscan en el estío                                 190
mis ovejas el frío
de la sierra de Cuenca, y el gobierno
del abrigado Estremo en el invierno?
Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo
me estoy en llanto eterno!                         195
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

  Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que se inclinan:
las aves que me escuchan, cuando cantan,           200
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan.
Las fieras, que reclinan
su cuerpo fatigado,
dejan el sosegado                                  205
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mí te endureciste,
los ojos aún siquiera no volviendo
a lo que tú hiciste.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.              210
  
  Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,
no dejes el lugar que tanto amaste,
que bien podrás venir de mí segura;
yo dejaré el lugar do me dejaste;                
ven, si por sólo esto te detienes;                 215
ves aquí un prado lleno de verdura,
ves aquí una espesura,
ves aquí una agua clara,
en otro tiempo cara,                             
a quien de ti con lágrimas me quejo.               220
Quizá aquí hallarás (pues yo me alejo)
al que todo mi bien quitarme puede;
que pues el bien le dejo,
no es mucho que el lugar también le quede.       

  Aquí dio fin a su cantar Salicio,                225
y suspirando en el postrero acento,
soltó de llanto una profunda vena.
Queriendo el monte al grave sentimiento
de aquel dolor en algo ser propicio,             
con la pesada voz retumba y suena.                 230
La blanca Filomena,
casi como dolida
y a compasión movida,
dulcemente responde al son lloroso.              
Lo que cantó tras esto Nemoroso                    235
decidlo vos Piérides, que tanto
no puedo yo, ni oso,
que siento enflaquecer mi débil canto.

Nemoroso:

  Corrientes aguas, puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,            240
verde prado, de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
yo me vi tan ajeno                                 245
del grave mal que siento,
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría                     250
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.

  Y en este mismo valle, donde agora
me entristezco y me canso, en el reposo
estuve ya contento y descansado.                   255
¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,
que despertando, a Elisa vi a mi lado.
¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada,                                 260
antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
que es más que el hierro fuerte,                   265
pues no la ha quebrantado tu partida.

  ¿Dó están agora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí, como colgada,
mi ánima doquier que ellos se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada,                  270
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos le ofrecían?
Los cabellos que vían
con gran desprecio al oro,
como a menor tesoro,                               275
¿adónde están?  ¿Adónde el blando pecho?
¿Dó la columna que el dorado techo
con presunción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya se encierra,
por desventura mía,                                280
en la fría, desierta y dura tierra.

  ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver con largo apartamiento            285
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
El cielo en mis dolores
cargó la mano tanto,
que a sempiterno llanto                            290
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
solo, desamparado,
ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa.            295

  Después que nos dejaste, nunca pace
en hartura el ganado ya, ni acude
el campo al labrador con mano llena.
No hay bien que en mal no se convierta y mude:
la mala hierba al trigo ahoga, y nace              300
en lugar suyo la infelice avena;
la tierra, que de buena
gana nos producía
flores con que solía
quitar en sólo vellas mil enojos,                  305
produce agora en cambio estos abrojos,
ya de rigor de espinas intratable;
yo hago con mis ojos
crecer, llorando, el fruto miserable.

  Como al partir del sol la sombra crece,          310
y en cayendo su rayo se levanta
la negra escuridad que el mundo cubre,
de do viene el temor que nos espanta,
y la medrosa forma en que se ofrece
aquello que la noche nos encubre,                  315
hasta que el sol descubre
su luz pura y hermosa:
tal es la tenebrosa
noche de tu partir, en que he quedado
de sombra y de temor atormentado,                  320
hasta que muerte el tiempo determine
que a ver el deseado
sol de tu clara vista me encamine.

  Cual suele el ruiseñor con triste canto
quejarse, entre las hojas escondido,               325
del duro labrador, que cautamente
le despojó su caro y dulce nido
de los tiernos hijuelos, entre tanto
que del amado ramo estaba ausente,
y aquel dolor que siente                           330
con diferencia tanta
por la dulce garganta
despide, y a su canto el aire suena,
y la callada noche no refrena
su lamentable oficio y sus querellas,              335
trayendo de su pena
al cielo por testigo y las estrellas;

  desta manera suelto yo la rienda
a mi dolor, y así me quejo en vano
de la dureza de la muerte airada.                  340
Ella en mi corazón metió la mano,
y de allí me llevó mi dulce prenda,
que aquél era su nido y su morada.
¡Ay muerte arrebatada!
Por ti me estoy quejando                           345
al cielo y enojando
con importuno llanto al mundo todo:
tan desigual dolor no sufre modo.
No me podrán quitar el dolorido
sentir, si ya del todo                             350
primero no me quitan el sentido.

  Una parte guardé de tus cabellos,
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño                   355
enternecerme siento, que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
Sin que de allí se partan,
con sospiros calientes,
más que la llama ardientes,                        360
los enjugo del llanto, y de consuno
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato.
Tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.                   365

  Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que siempre aflige esta ánima mezquina
con la memoria de mi desventura
Verte presente agora me parece                     370
en aquel duro trance de Lucina,
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda.               375
Me parece que oigo que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

  ¿Ibate tanto en perseguir las fieras?            380
¿Ibate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,
que, conmovida a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras,
por no ver hecha tierra tal belleza,               385
o no ver la tristeza
en que tu Nemoroso
queda, que su reposo
era seguir tu oficio, persiguiendo
las fieras por los monte, y ofreciendo             390
a tus sagradas aras los despojos?
¿Y tú, ingrata, riendo
dejas morir mi bien ante los ojos?

  Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,                 395
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
y en la tercera rueda,                             400
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
do descansar y siempre pueda verte                 405
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?

            ------

  Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas
las canciones que sólo el monte oía,               410
si mirando las nubes coloradas,
al tramontar del sol bordadas de oro,
no vieran que era ya pasado el día,
la sombra se veía
venir corriendo apriesa                            415
ya por la falda espesa
del altísimo monte, y recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol, de luz escaso,
su ganado llevando,                                420
se fueran recogiendo paso a paso.



Estrofa: Aquí Garcilaso usa la estancia, que consta de versos de 
once sílabas (endecasílabos) y de siete (heptasílabos), con rima 
perfecta.  El número de versos puede variar.  Para este poema 
Garcilaso ha usado 14 versos en cada estrofa, según el modelo: 
ABCBACcddEEFeF.  (Nótese que las letras minúsculas representan 
los versos de siete sílabas.)
Rima:  Rima perfecta, en un esquema complicado: ABCBACcddEEFeF

  El dulce lamentar de dos pastores,      A
Salicio juntamente y Nemoroso,            B
he de contar, sus quejas imitando;        C
cuyas ovejas al cantar sabroso            B
estaban muy atentas, los amores,          A
(de pacer olvidadas) escuchando.          C
Tú, que ganaste obrando                   c
un nombre en todo el mundo                d
y un grado sin segundo,                   d
agora estés atento sólo y dado            E
el ínclito gobierno del Estado            E
Albano; agora vuelto a la otra parte,     F
resplandeciente, armado,                  e
representando en tierra el fiero Marte;   F
"Égloga" deriva del griego y significa "seleccionado" o "escogido". Los griegos la 
empleaban para designar toda colección de poemas breves a modo de pequeña antología. 
Como muchas ediciones impresas de las Bucólicas de Virgilio, llevaban el título de 
"Églogas", esta palabra cambió de sentido y llegó a representar lo mismo que bucólicas, 
esto es, poesía pastoril.

Aunque las églogas de Virgilio son esencialmente líricas, hay en ellas elementos narrativos, ya que suelen relatar diferentes sucesos, así como aspectos dramáticos, pues cinco de  ellas -las que llevan número impar- son dialogadas. La intensificación de uno u otro  carácter ha transformado aquella antigua esencia lírica ya en novela, ya en teatro.

Éste es el género pastoril, que en el Renacimiento estaba integrado por un tipo especial  de poesía lírica, de novela y de drama; sin alejarnos de la literatura española, podemos  encontrar muchos representantes de estas tres direcciones, como por ejemplo, La Galatea  de Cervantes en la novela pastoril y las églogas de Juan del Encina en la dramática. Pero  en el aspecto fundamentalmente lírico, las tres églogas de Garcilaso quedan como las  expresiones más grandes del género en nuestra lengua.

Si de las tres églogas la segunda es la que presenta los rasgos más dramáticos y narrativos,  y la tercera es la más equilibrada y la más artísticamente perfecta, es la primera la que  traduce una emoción lírica profunda, pura y auténtica.Análisis de la égloga I:  características formales y elementos conceptuales.

Esta égloga fue compuesta algunos meses después de la muerte de Isabel Freyre, musa de  Garcilaso, a fines de 1535. El poeta, que no ha dejado nunca de buscarse a sí mismo, alcanza en esta época su madurez espiritual y el dominio perfecto de su arte.

Como se señaló en la Introducción del presente trabajo, la égloga está dividida en treinta  estancias y consta de cuatrocientos veintiún versos. Las estancias tienen catorce versos:  diez endecasílabos (del 1o. al 6o., 10., 11o., 12o. y l4o.) y cuatro heptasílabos  (7o., 8o., 9o. y 13o.) que riman según el esquema: ABCBACcddEEFeF. Sólo dos estrofas no  cumplen con este esquema: la 19ª cuyo verso decimoprimero es heptasílabo en vez de  endecasílabo y la 20ª, que tiene quince versos en lugar de catorce.

El amor es el tema de la égloga. El conflicto se expresa desde dos posturas diferentes  mediante la exposición del diálogo de dos pastores. El primero, Salicio, se lamenta del  desdén y la frialdad de la hermosa Galatea, que lo ha abandonado por otro; el segundo,  Nemoroso, llora la muerte de su amada Elisa. Son dos formas de pérdida amorosa, dos situaciones que a pesar de que contrastan, tienen un fundamento común: dolor por  la indeseada soledad.

El primer verso de la primera estancia nos adelanta, más que el tema, el tono del poema.  En el dulce lamentar se funden dos sentimientos en cierto modo opuestos, ya que la  amargura de dicha lamentación se dulcifica por el canto melodioso.

Asimismo, esta primera estancia ofrece un canto lírico apegado a la forma. Desde un  principio se ubica la reiteración temática y la predilección por determinados adjetivos,  como es el caso del término "dulce": "dulce primavera", "dulce agua", "dulce soledad",  "dulce nido"; esta dulzura es la que da especial sabor al canto triste; por ella, las ovejas se  olvidan de saborear el pasto, absortas en el "cantar sabroso".

La presentación del mundo bucólico es primordial para poder entender después las quejas  de Salicio y Nemoroso.

Desde el punto de vista retórico la estancia inicial aparece cargada de elementos que  anuncian al mismo tiempo una de las características de toda esta égloga:

El dulce lamentar de dos pastores, Salicio juntamente y Nemoroso, he de contar, sus quejas imitando; cuyas ovejas al cantar sabroso estaban muy atentas, los amores, de pacer olvidadas, escuchando. Tú, que ganaste obrando un nombre en todo el mundo, y un grado sin segundo, agora estés atento, solo y dado al ínclito gobierno del Estado, Albano; agora vuelto a la otra parte, resplandeciente, armado, representando en tierra el fiero Marte; (p. 33)

Dichos elementos son enumerados a continuación:

1. Oxímoron: "El dulce lamentar"2

El oxímoron es una intensificación de la catacresis y consiste en unir dos ideas que en  realidad se excluyen. En la lírica de los siglos XVI y XVII, y ya antes en la poesía florida de  la Edad Media, se nos presentan continuamente expresiones como: la amarga dulzura  (del amor), su dulce amargura, la muerte viva, la vida muerta, el sol sombrío.3

El oxímoron permite la reunión de dos conceptos que, separados del contexto, son  contrarios, pero que en el marco del artificio retórico se complementan y dan mayor  fuerza a la expresión.

2. Hipérbaton: El dulce lamentar de dos pastores, Salicio juntamente y Nemoroso, he de contar, sus quejas imitando, cuyas ovejas al cantar sabroso estaban muy atentas, los amores, de pacer olvidadas, escuchando. (p. 33)

De acuerdo con Kayser:

hipérbaton. Se entiende por hipérbaton una colocación de las palabras diferente de la  "usual". Mas, por un lado, resulta difícil determinar lo que es o no "usual". Por otro, esta  noción de hipérbaton incluye tantos fenómenos que es poco práctica para la investigación  estilística. [...]

Uno de los rasgos estilísticos sintácticos más fáciles de reconocer, y que se suele presentar  con la designación de hipérbaton, es la inversión, es decir, la posición invertida del sujeto y del predicado.4

Sin dejar de lado el hecho de que los criterios para la designación del hipérbaton no son  unánimes en los estudios literarios -ni siquiera podemos hablar de la existencia de  conceptos delimitados satisfactoriamente en la estilística- la poesía de Garcilaso, lo mismo que la mayoría de los clásicos, es materia óptima para la identificación de este tropo.  Si se reordenan los elementos sintácticos del período anteriormente citado tenemos:

'He de contar, imitando sus quejas, el dulce lamentar de dos pastores, Salicio y Nemoroso  juntamente; cuyas ovejas estaban muy atentas al cantar sabroso, olvidadas de pacer,  escuchando los amores'

La paráfrasis aquí presentada muestra claramente, por oposición con el original, la  presencia y fuerza del hipérbaton; pero no sólo eso, también es prueba irrefutable de que en la lírica la estructura lingüística elegida por el poeta no puede ser alterada, so pena de destruir la obra de arte.

3. Prosopopeya: Es una variedad metafórica, en la que se atribuyen características humanas a objetos inanimados o irracionales5. La figura está perfectamente aprovechada en la  actitud de las ovejas; éstas escuchan el canto de amor y se integran al mundo bucólico  como elementos personificados, la historia que oyen las distrae de tal modo que incluso interrumpen su alimentación.

4. Hipérbole: Se denomina así a la exageración retórica. En el fragmento seleccionado, la  exageración consiste en subrayar el comportamiento animal ante el dolor expresado por el  pastor; la atención es tanta, que incluso se olvidan de una actividad primordial como el  pacer.

hipérbole es una de las figuras más frecuentes en el lenguaje familiar: ya te dije mil veces, al paso de la tortuga, en un abrir y cerrar de ojos.  Muchas de las expresiones nuevas formadas por combinación de varias palabras se aceptan a causa de su impresionante hiperbolismo.6

5. Sinestesia: "Cantar sabroso"

De la metáfora se pasa fácilmente a la sinestesia. Se designa con este término la fusión de diversas impresiones sensoriales en la expresión lingüística.7

En este caso, resulta clara la reunión de la impresión sensorial auditiva: cantar, con la sensorial gustativa: sabroso.

6. Metonimia: "Escuchando los amores"

Kayser alude a la enorme semejanza que existe entre sinécdoque y metonimia, pero se  deben tener en cuenta las diversas consideraciones de los autores que distinguen entre uno y otro fenómeno. Por ejemplo Le Guern dice:

En efecto, como todos los tropos, la metonimia se define por un distanciamiento  paradigmático: se trata de la sustitución del término propio por una palabra diferente, sin  que por ello la interpretación del texto resulte netamente distinta.[...]   Volviendo a la clasificación tradicional de los diferentes tipos de metonimias, podemos constatar que a cada categoría corresponde la elipsis de un término, particular a esta  categoría, pero común a todos los casos que se consideran:   1o. La causa por el efecto: elipsis de "el efecto de". En el caso particularmente frecuente  en la literatura clásica francesa, del empleo metonímico del plural de un sustantivo  abstracto, se hace elipsis de "efectos de", al plural. El sustantivo metonímico conserva  naturalmente su género, pero toma el nombre del elemento del que se hace elipsis.8

Se cita sólo lo relativo a la causa por el efecto por corresponder a la metonimia que se  observa en el contexto estudiado: Las ovejas escuchan el canto de amor (efecto), pero el  poeta ha colocado, en lugar del efecto, la causa: los amores.

7. Encabalgamiento: "[...] al cantar sabroso/estaban muy atentas [...]"

Sucede que en ocasiones el sintagma que constituye la línea versal está incompleto, se  fragmenta y ubica en el verso siguiente palabras o sílabas de una palabra que debieran  pertenecerle según la lógica sintáctica. Éste es el caso que constituye el encabalgamiento.

Hasta aquí hemos seguido la disposición formal de los primeros versos; cabe especificar  ahora su presencia semántica para la interpretación del Soliloquio. Este inicio es una  introducción, un llamado de atención hacia el discurso del poeta, lo cual se logra no sólo  adelantando datos del contenido que espera al oidor -actualmente al lector- sino también  cautivando la atención mediante la integración del contenido semántico en una  construcción formal igualmente significativa.

Después de estos seis primeros versos, encontramos las fórmulas de cortesía propias de la  época del poema. Estamos ante un requisito indispensable en la vida cortesana, pues sin  un mecenas no había producción artística; a su vez, no había mecenazgo sin elogios. El  mérito de cada poeta estribaba en la excelsitud del protector, en la perfección formal de  la alabanza y en la acertada inclusión de los elementos legendarios, míticos e inclusive históricos que permitieran el mayor lucimiento del prohombre invocado.

En este caso, Garcilaso se dirige al marqués de Villafranca en términos similares a los  empleados por Virgilio para aludir a Polión en la Bucólica IV. El poeta entona el panegírico al Virrey de Nápoles y le dedica su poema. Esta exaltación comienza con un vocativo:

"Tú, que ganaste obrando..." (p. 33)

La lista de elementos en los que el poeta sustenta su loor obedece a una conceptualización especial. Obsérvese que el poeta valora los diferentes aspectos que definen a un perfecto cortesano de acuerdo con los lineamientos trazados por Baltazar de Castiglioni:

1. Hombre de acción, no simple heredero de gloria, sino forjador de ella: "ganaste obrando". (p. 33)

2. Prestigio aristocrático: "...ganaste obrando / un nombre en todo el mundo". (p. 33)

3. Condición de guerrero afamado: "...un grado sin segundo" "Representando en tierra al fiero Marte" (p. 33)

4. Excelso gobernante, por lo atinado de sus actos y por su pertenencia a la Casa de Alba,  casta de soberanos: "agora estés atento, sólo y dado / al ínclito gobierno del  Estado, / Albano..." (p. 33)

5. También es el prototípico cortesano entregado al entretenimiento de la caza, actividad  en la que no puede sino triunfar: "andes a caza, el monte fatigando / en ardiente jinete,  que apresura / el curso tras los ciervos temerosos, / que en vano su morir van dilatando."  (p. 34)

Paralelamente, el poeta habla de su deuda intelectual ante la grandeza de Albano. Su tono continúa siendo hiperbólico sobre todo cuando dice:

En tanto que este tiempo que adivino viene a sacarme de la deuda un día, que se debe a tu fama y a tu gloria; que es deuda general, no sólo mía, mas de cualquier ingenio peregrino que celebra lo dino de memoria; el árbol de vitoria que ciñe estrechamente tu glorioso frente dé lugar a la hiedra que se planta debajo de tu sombra y se levanta poco a poco, arrimada a tus loores; y en cuanto esto se canta, escucha tú el cantar de mis pastores. (p. 34)

El tiempo presente y también el tiempo por venir pueden sacar a Garcilaso  de la deuda de honor, que se origina en todo lo que Albano ha hecho por la patria  mientras cumplía con su deber como soldado y como cortesano. Todo poeta representa  ese "ingenio peregrino".

Resalta por su belleza estética la imagen que hace referencia al árbol de "vitoria" que  ceñirá estrechamente la frente gloriosa del Marqués de Villafranca. Con esto se alude al  laurel que coronaba a los ganadores en los juegos olímpicos en la Antigua Grecia.  Simultáneamente, emerge la figura del poeta en esa hiedra que se planta y se levanta  protegida por la sombra de la grandeza de Albano. Esta última imagen refiere a la rama de hiedra con que eran premiados los poetas en la época de Píndaro.

Desde el punto de vista lírico se halla todo dispuesto para que comience el desarrollo del  tema central de la égloga que estará constituido por la queja de Salicio y el lamentar de  Nemoroso. Lo anterior representó la preparación necesaria para fundamentar el  planteamiento posterior.